A los 70 años, murió Niki Lauda, uno de los mejores pilotos de la historia de la Fórmula 1. Se impuso en 25 carreras y ganó tres títulos del mundo.
A pesar de sus logros en pista, la mayoría de la gente lo recuerda por su peor momento: El terrible accidente que sufrió en Nürburgring en 1976.
Lauda fue un gran piloto de una época en la no era simple destacarse en la máxima categoría del automovilismo mundial.
A Niki Lauda lo consideraron un gran estratega, un ingeniero al volante, cuya mayor virtud era la inteligencia, la sangre fría. Un campeón contundente, que podía pensar con frialdad a la gran velocidad de un auto de F1
Lauda supo de ganar, perder, pero nunca temer, aún cuando pudo salir adelante del accidente en el que casi perdió su vida, costandole muchos dolores e incluso quedando prácticamente desfigurado, una oreja arrebollada, un párpado destruido, la piel de la frente y del costado derecho de su cara con los trazos perfectamente marcados de las quemaduras.
La piel rugosa, lacerada, las cicatrices perpetuas, los tatuajes de ese accidente que lo acompañó hasta las últimas horas de su vida y que lo mantuvo vigente también por eso, entre los amantes del automovilismo mundial.
